Antes de empezar

Las primeras notas de una canción. El traqueteo hipnótico del tren. El mar delimitando el horizonte. El sabor a sol, y a sal, impregnado en la piel. Un mensaje sin respuesta. Su voz. Y ese abrazo en el andén, fuerte y profundo. 

Cerré los ojos y llené mis pulmones de olores estivales que hacían bailar mis papilas gustativas. Su imagen rompía la armonía de los tonos pastel del cielo crepuscular. Su sonrisa rompía la armonía de mi propia cordura. Caminé despacio hacia la orilla, deleitándome con las caricias suaves de la arena a cada paso. Sentía la necesidad de grabar en mis pupilas, a fuego, cada fotograma que conformaba aquel momento. 

Con un húmedo abrazo, el océano me envolvió, y no pude evitar zambullirme en la profundidad de su mirada, viva y cálida, de ojos color miel. Y devorarnos, buscando saciar lo insaciable, con miles de estrellas como únicos testigos. Y esa noche imposibles de olvidar. 

Primera parada. Visualizar sus antiguos vídeos. Ese sabor tan dulce por fuera, como amargo por dentrode quien aguarda la desdigitalización de una quimera. Radiohead. Él y esa voz profunda que hace zozobrar mis sentidos. 

La terraza de aquel bar, atestada de gente, en la que, a medida que las palabras acariciaban sus labios, todo a nuestro alrededor va decrescendo hasta quedarnos solos. Sus miedos y mi entereza, sus ganas y mis dudas, sus sueños y mi locura, su alegría y mi deseo. Su vida y la mía. Nuestras historias. Y un montón de páginas en blanco que garabatear juntos. Y esa mañana para revivir una y otra vez. 

Segunda parada. El destino casi palpable. Mensajes que no se mandan. Jugar a ser fuerte mientras aguantas la respiración. «Lápiz, tinta, y al placer de reencontrar...». 

Sus manos relatando, trazo a trazo, las líneas de mi cuerpo. Mis manos, dibujando con palabras, la historia del suyo. Detener el tiempo enredando, en el reloj, las sábanas, como se enredan nuestros cuerpos, nuestros aromas, nuestros deseos. Dejarnos sin habla, y sin respiración. Dejar de serpara solo sentir. Y esa madrugada cuyo recuerdo siempre nos robará una sonrisa. 

Última parada. El miedo en un rincón de la maleta. Las mariposas revoloteando en el estómago. Los pulmones agitados. Las ganas incontrolables. La emoción desbordada. 

El crujir de la hierba húmeda bajo los pies descalzos. El olor a tierra mojada. El cobijo que nos da la sombra del sauce. La risa descontrolada. Y esa lluvia de verano que nos sorprende de repentecalmando la sed de nuestra piel, e invitándonos a volvernos locos y disfrutarla, a bailar bajo ella empapándonos los sentidos. Y esa tarde que no volverá. 

Fin del trayecto. Abrí los ojos con un suspiro de resignación por tener que abandonar mi ensoñación. El chirrido de los frenos del tren se había apoderado del todo, hasta de mi cuerpo, haciéndolo temblar de manera inevitable. Me aferré a su promesa como un náufrago se aferra a la tabla que, poéticamente, flota a la deriva con leves balanceos, mientras estalla en mí una batalla cruenta entre el yo, el ello y el superyó. 

Como una cascada en busca de su final, comenzó el descenso de los pasajerossin orden ni concierto, tan caótico como mis sentimientos. Busqué su mirada. Busqué su sonrisa. Busqué el tacto cálido de sus manos sobre mi piel desnuda. Busqué su aliento, que era el mío. 

Y, de repente, pasó. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis pulmones se ralentizaron. El corazón, henchidome explotó dentro del pecho. 

Tal vez había cometido un error, pero era mi error. Subir a ese tren había sido un grito sordo de rebeldía que exigía su momento por todos aquellos trenes perdidos, por aquellos de los que me habían echado, por aquellos que decidí no tomar, por aquellos que tuve que abandonar.

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